
El niño le contestó llorando:- Hola, me llamo Gabriel y lloro porque mi mamá me ha dicho que pronto se acabará el verano y no podremos venir más a la playa. Tendré que ir al colegio de nuevo.
Cuando el dios oyó eso, acompañó al niño, el cual rompió a llorar, con su madre. El dios no se despidió y ascendió a su casa. El enfado se le pasó en cinco meses, en los cuales no paró de llorar y descargar su rabia lanzando flechas amarillas y potentes. Desde entonces, se cuenta que todos los inviernos se acordaba del niño y empezaban a caer truenos y relámpagos atronadores.
Bilgai
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